domingo, 16 de diciembre de 2007

un mapa de extravios


Paseo, paseo.
Un leit-motif en estos días.
Un amigo me devuelve tras no se cuanto tiempo, El Paseo de Robert Walser. No recuerdo habérselo prestado.
Un directo de Chet Baker que no reseñé en su momento incluye “Sad Walk” de Bob Zieff.
Me acaba de llegar para que haga lo que esta vez se me pasó, el último de Franz Koglmann, Nächtliche Spaziergänger...
Y sin embargo ya no paseo, es imposible en estas vísperas de Navidad inyectadas de prisa y ciega promesa.
La ciudad ya no es una ciudad de memoria, como aquel proyecto neoyorkino en el que sus habitantes cuentan sus historias, añaden fotos y sonidos y son localizados en un mapa en los que los lugares parpadean como si señalasen una situación de emergencia que requiriese una intervención rápida. (http://www.cityofmemory.org/)
Tampoco lo es de imágenes, disueltas en la velocidad.
Si acaso lo es de palabras, capaces de fijar su evocación, mas nunca su presencia.
City of words, así se titulaba un libro de Tony Tanner que leí en la facultad y cuyo contenido no recuerdo, como de tantos otros miles. El deseo de volver a tenerlos en mis manos no ha desaparecido sin embargo, y nada me gustaría más que recupera la copia de The Ruined Map de Kobo Abe que un días tuve.
La ciudad tiene la longitud de mi paso.
Siempre ha sido así, siempre la he caminado, con o sin dirección, cuando tuve moto o sin ella. Pero ya no soy un paseante, como mucho, alguien que se deja caer por ahí sin motivo aparente y sin avisar.
La fiesta, el mundo de maravillas propulsado por el deseo que la ciudad promete, sigue, pero ya no estoy allí.

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