lunes, 9 de abril de 2007

seconda puntata



I
Nada más posó sus siliconados y nobles labios sobre la banda adhesiva del sobre, Crista, desconsolada, se dio cuenta que algo faltaba a la verdad, a su verdad. Crista se sentía molesta, aunque, aturdida como siempre, no daba con el porqué preciso que requería su achorlitada cabeza. Vagarosa como el vuelo de una mariposa, no sabía si provenía del hecho de que los proveedores de material para sus escribanías le hubiesen enviado un papel de granulado inferior al habitual, además de con una prueba de agua que no pasaba de ser un remedo de la perfección con la que antes su escudo de armas era trazado. Tampoco si su procedencia no era otra que los desvelos por que Ricardito dejase por fin las carreras suicidas los fines de semana, actividad que le libraba de tener que pagarle su asignación mensual, único alivio que le permitía su desequilibrada, despechante y simbiotica relación maternofilial. Aún menos la sospecha de que alguna filtración mefítica, procaz y, en fin, deslenguada, hubiese aireado el affaire, achicharrante hasta el torrezno, que conducía de manera insaciable y violenta con el marido de Piluca. ¡Ah¡ Ese pillastre, fantoche y amante secreto del calimocho y la sardana llamado Pelayo Risueño y Arguiles…

Podía ser, pero en el fondo sabía que no. Que ninguno de estos era el origen de su inquietud. Papaba moscas simplemente planteándoselos. Lo inevitable era que la congoja le copase cada vez que escribía uno de estos informes de estado a la adorable Piluca. El tono desatadamente frívolo, entusiasta hasta lo patoso, y cursi sobrepasando la pringue, no era sino el esfuerzo por sostener ella sola un escenario que se caía a trozos. Desde que leyó El talento de Mr Ripley y vio Atraco a las tres la sospecha se hizo fuerte en su mente. Sospechaba de Jesús Pleguezuelo de Córdova, ¿no sería acaso un encantador de serpientes con sus cuentos de oriente y su hábil creación de ambientes en sensorround? No menos de Fede Camino y Alcaraz-Los Pedroches, en el que había algo demasiado estudiado en su pudoroso recato. Tampoco podía dejar de pensar que la promesa, cada vez más postergada, de carne nueva que le hacían Mary Gordon- Zalaustre y su catálogo de Culturillas guapitos de cara, era un anzuelo, un cruel espejismo... pues, no, Crista ya no era una lozana jovenzuela, de eso no le cabía duda. Y ¿qué pensar de Esther Dieguez y Cornualles?, tantas veces le había sobresaltado el pensamiento de que todas las obras de arte que presentaba tenían demasiados rasgos comunes, como salidas de una misma mano, planeadas por una misma mente, hechas a medida para provocar su deseo y esquilmar sus fondos. Y siguiendo así, ¿cómo no desconfiar del encanto de las fiestas de Alis Flor de Lis Bourguignon, la perfecta anfitriona de cultuga frangsesa, o de la insorteable muralla sónica que surtía de la boca de Angelo Luigi Percorso Aotto de la Refriega, dandi del tres al cuarto que ahora se veía obligado, como El torito guapo, a vestir botines o ir descalzo?

¿Qué debía hacer? Se preguntaba, añadiendo leñe al final - cosa de familia-. ¿Debía contactar con su santero William Winston Marlboro Camel para que lo consultase con la santidad Obatalá? ¿Dejar su vida hueca e ir a Africa como Concha Velasco en Más allá del jardín? ¿ Echar de casa a Ricardito tras requisarle su Visa- Platinum- Special – Que desmoche- Edition? ¿Darle por fin una patada en lo güevos a Pelayo, como hace tanto tiempo deseaba? ¿O exiliarse a Corporación Dermoestética? La verdad, no lo sabía.

Sumida en estos casi pensamientos… mejor, actividad neuronal, oyó de pronto un ruido a sus espaldas…


II
El día en que la carta de Crista fue diligentísimamente entregada por correos, Piluca se encontraba en el campo de cricket que su maridito Pelayo Risueño y Arguiles le había construido en su casa de playa, Refugio La indomable, of course. De dimensiones reglamentarias, estaba equipado para el juego nocturno con diez potentísimos focos de xenon que iluminaban cada brizna de hierba como para que el ojo de dios tuviese visión directa sobre ellas en todo momento. Eran las 4 de la madrugada pero Piluca paseaba de arriba abajo con el mazo en la mano, clavando y declavando aros para que la bola pasase a su antojo. “Soy un as, soy un as, Ramón. Dímelo, lacayo, o vitupérame, hijo del mal caribe, vitupéeraaame”. Le gritaba a su nuevo mucamo que esperaba al borde de la pista con una jarra de sangría, abundantemente on-the-rocks, para cuando la anfetamínica Piluca desfalleciese, una vez se hubiese agotado su dosis de estimulantes, bárbara y bárbaros, respectivamente.
“perokehkierelaseñorakeaga, miseñoramireina”, voceaba Ramón sin entender una palabra.
“Pero que prosodia, pero que cantinela.¿No me estarás hablando con cuchufleta, verdad, súbdito del Mar de los Sargazos?” le espetaba una recalentada Piluca, mano izquierda en la cintura y mazo oscilante en la derecha, cabeza hacia atrás como si tronase al cielo: zuff, gargajo lanzado, pum, aterrizaje en plena careta. “La contaminación, como anda la contaminación, redios”, se queja dolida.
“señoraderarma, señoraderarma, noselokemedise, nosekekiere, nose, noseinose, yoladoro pordió, furibundamaestra ,yoladoro”, le responde atribulado Ramón viéndose de nuevo con la guayaba puesta y vendiendo artesanía local a precios exorbitantes.
“No entiendo al proletariado, ni de aquí ni de allí, ni de ningún sitio, ¿en qué hablan? ¿en qué hablan?” reflexiona una Piluca en horas bajas. “Dame esa carta que dices que ha llegado hoy, lacayo malamestrado, Y tráeme las gafas de cerca. Esas que Esther Dieguez Cornualles se dejó aquí y tienen un brillantito en los laterales …”.
La cara de Piluca se contrae en un rictus de amargor conforme lee la carta. “¿Quién se ha creído ese engendro que es Crista? ¿Quién?”, clama. “Dame el uzi y trae cantidades industriales de medicina, voy a borrar de la faz de la tierra a esos Jaloco de mierda”, se santigua, más que nada porque ha dicho mierda, no se crea.

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