miércoles, 11 de abril de 2007

terza puntata: trombone lady



I
Como cada vez que se aproxima el desmayo- y, ay, eran tantas- , Crista se entregaba con fruición a la joia dil tromboncino e il trombone di vara - cosa magnífica. Esos sonidos pedorreteantes, esa vibración que le cogía el cogote y le rebotaban en el bajovientre, la relajaban en extremo. Camino de la inconsciencia total, hacía que todo se destinase al olvido. Había seguido los desatinados consejos de Angelo Luigi, insistente, pero poco aventajado ejecutante de la corneta dixieland, al ver que sus progresos con el trombón de pistones eran limitados. Del corno, mejor no hablar. Una frustración que unir a la de la tuba, la txalaparta y el silbo gomero. Así que, ala, vara por aquí, vara por allá, cosa que le venía de escándalo para ejercitar sus larguísimos brazos, casi de milla náutica, ahora que se aproximaba la temporada chachi de escotes palabra-de-honor y de hombros descubiertos. Sentada en su dining room todo cubierto de diseños florales de Laura Ashley, vestida con una falda plisada crema, blusa de seda de mangas abullonadas, triple collar de perlas y zapatos de fina cabritilla color champagne, cortaba una curiosa, pero desolada figura trombón en mano, carrillos hinchados y bellas piernas cruzadas enfundadas en medias de red - qué si no.

Su aspecto de diosa, pedía de manera urgente un grupo de amorcillados amorcillos que revoloteasen a su alrededor. No iba a ser así. Recordaba con pesar las largas veladas en las que se reunían para ensayar alrededor de una surtida mesa de confituras, té y pastas, ella, al trombón – el burro delante para que no se espante -, Angelo Luigi, Angeluzzi para los muy íntimos, y estos momentos lo eran, a la corneta, y el espadachín Jesús, a la percusión africana, núcleo musical a los que se unían en desarropada armonía, Alis Flor de Lis a la mandolina, laúd y bandurria, Fede Camino Alcaraz- Los Pedroches, al acordeón, y Esther Dieguez- Cornualles a la gaita escocesa, cuando no Mary Gordon Zalaustre, al fagot y cornamusa. Sus versiones de “Personal jesus”, de Depeche, a los que Jesús era parcial, “El cocherito Leré”, muy del gusto de Crista, y “Mis vacaciones en Benidorm”, de Luís Aguilé, propuesta por un siempre al día Angelo Luigi, ponían a ronronear a su gato Claudio. Un placer que haría derretir a la misma Terpsícore.

Pero, como decíamos, no iba a ser así. Todos andaban atareados. Mary estaba hasta las cejas con la corrección de su libro, a titularse en su futura edición francesa como, Un Catalogue Reasoneé des Beau Culturilles, un título que le disgustaba por sus sesgo cartesiano, algo que los ingleses, siempre más pragmáticos, habían esquivado, optando por traducirlo como Beautiful Faced Culturilles, a guide, quizás más prosaico, pero mucho más cercano al espíritu de la obra. Insaciable de divulgación esta mujer, aún se preguntaba cómo titularlo en italiano, en turco, tagalo o tayekistaní. No menos ocupado se hallaba Fede con sus estudios sobre el serrín y la carcoma en las tallas barrocas, todo el día con mascarilla, bata blanca y guantes de latex, como si fuese del CSI, Esther, con una luxación de cuello al restaurar unos altísimos frescos a los que había que auparla en polea, o Alis Flor de Lis, con su redacción de notas a su sesuda edición de las Memorias Profanas de la Duquesa de Sevigni. En cuanto a Angelo Luigi, bah, todavía andaba calafateando su barca velera, La Sinforosa, eso es poética. ¡Qué tribu! Mi alma, ¡qué tribu!

Esa estampa de la divina melancolía que era Crista lanzó un lastimero do sostenido mayor en su trombón de varas seguido por un la, poco, muy poco templado, para continuar con un fa bemol que no ajustaba mal. Los escasos metros de las paredes no alcanzadas por el horror vacui le devolvieron un eco debilitado, exánime, casi inerte. La nostalgia le hacía mella. Echaba de menos a su equipo de canasta y bridge. Empezaba a detestar a esos culturillas de saldo volcados al egotismo de sus trabajos intelectuales. Sólo le quedaba ir con Ricardito a Descojonantia, la feria de la barrabasada, el despelote y la aberración, que en esos momentos se podía visitar en los terrenos del Palacio de Congresos de la ciudad, con gran éxito de crítica y público, mas escaso gusto, siempre batiendo retirada en estos días sin espíritu. La última convocatoria, Visceralia mejor no lo explicamos - había introducido helado pavor en su aleteante corazón. De pronto oyó un ruido a sus espaldas...

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